

Desde luego que las cosas no son como aparentan ser, pero tampoco se alejan de lo que son.
Existe inquietud, de hecho coexiste con nosotros desde hace cierto tiempo. Quiero decir que se ha hecho más densa porque de estar, siempre ha estado aquí.
En consecuencia la sociedad anda confusa y crispada, y nosotros no dejamos de ser átomos que conforman su universo de igual modo. Hoy, sobre la sociedad, y por extensión nosotros, me atrevería a opinar que tiene la piel más fina que nunca. Unos más que otros, de eso no hay duda. Se lo adivino en el rostro que le viene marcado por un rictus crispado más acentuado que nunca.
Camina rígida y acomplejada; altiva y orgullosa a la vez que colmada de miedo. Tu, con rojo corazón y paso firme aunque se te vuele el globo colorado de las manos como en la imagen que encabeza el post. Cerca, esas son las palabras que quizá mejor se ajustan para describir de manera sintética el contexto actual. Entonces, desvalidos y escasos de recursos de autoestima hay quienes llegan con facilidad pasmosa al insulto, al maltrato, a la agresión, al oprobio, a la contradicción, al
Escucho el murmullo del pequeño torrente. A su lado, las blancas cenizas de dos cuerpos alados tiñen de claro un lugar ya de por sí fulgente. Universo húmedo. Instante próximo a lo emotivo, a las plegarias, al recuerdo y al regato. Galope acuático que desciende serpenteando a la manera de un argentado arroyo sin fin. Golpe a la vez sólido y líquido. Arrebato luminiscente. Almas blancas.
Es un tiempo a la deriva en el que el jinete acuoso proporciona a los recovecos del recuerdo instantes postrados en el desván del olvido.
Muere la humedad más abajo. Pronto, el polvo de los que un día traspasaron reposa en las aguas del remanso bajo la luz auspiciosa de una mañana de primeros de marzo.
Antes, se deja sentir la grave pulsión de la nívea y fría ceniza en las manos que de repente se escapa entre los dedos para reposar en la exigua playa de arena y cantos rodados. Más alejado, otro recodo les da tregua durante el receso que se construye eterno. Un hilo de plata les perfora el alma y los une como perlas.
Es un instante en que todo sucede excepto el tiempo. Este se postra rendido y tendido sobre una tierra amable; inerte, como la misma muerte. Las lágrimas brotan de manera súbita de la cuenca de los ojos sin poder remediarlo. Tanto es su poder que se abren camino a la fuerza hacia abajo: surcan la epidermis de ambos pómulos, para enjugarlas la estepa blanca del pañuelo de hilo antes de llegar a su fin.
Ahora las reliquias son peregrinas. Vagan a capricho del agua y la tierra. Al fin son libertas las almas. Partículas del universo.
Sol limpio. Viento apagado. Mutismo inmóvil. Silencio encendido. Mañana pacífica. Vinito claro.
Ahora, el sol entibia afectos y pasiones. Reconforta. Templa el espíritu.
En este instante , todo se confunde con el color de la calma. Incluso el alma.
Nota fluir por las venas el primer fuego. Primero esculpe su deje amable en la piel; al poco, socarra hasta el espíritu.
Se acerca el tiempo. Entretanto las horas zarpan para volver quizá diferentes algún día a la manera de las olas.
Sombras de gigantes arbóreos tiñen de oscuro la alfombra del suelo áspero. El gorjeo de las aves toma refugio entre el verde follaje de ramas originadas en tallos leñosos y elevados.
No existe más reloj que los latidos del corazón; ni más pensamientos que la callada pausa entre uno y otro. Ni más puntualidad que la del tiempo.
El címbalo comienza a volar alto, no en su cenit, aunque ya unta con insolencia la piel.
Por Ti sé que hay un lugar solitario al que pertenezco,
hacia donde puedo girar siempre que quiera la mirada porque tus ojos me aguardan.
Imagino que existe un motivo por el que asumo estar en silencio,
donde al parecer el pensamiento se aparta para acomodarse en su espacio.
Es el lugar donde percibo, al sentarme, de qué manera me torno sereno y el tiempo discurre tranquilo por las venas.
Pero por algún misterio que no alcanzo te encuentro allí, siempre a mi lado, sentado, callado.
Quizá por ser la única esperanza a mano cuando todo se torna materia oscura
y nada parece transcurrir como uno quisiera.
Pero todo acaba pasando de largo,
todo y suele dejar un poso.
Y es que en ese lugar no encuentro nada a lo que vencer al disiparse la batalla: ni explicaciones, ni razones.
Entonces me parece descubrir el motivo por el que anhelo sentarme solo y en silencio: nada.
Y Tu Sigues sentado a mi lado entre tanto la mente reposa en calma.
No, nada, que sigo siendo un nómada, lector. Ante Dios posiblemente una clase de peregrino sin hospital que le preste refugio durante el viaje y, consecuentemente, obligado a soportar las inclemencias de la odisea de la existencia. Nada me diferencia, aunque la manera de pensar, que no el pensamiento, me muestre como un extraño, incluso quizá como un apátrida ante ti. Pero lo pérfido suele ser lo que hay detrás de la idea, no en el acto intelectual de la reflexión.
Ulises ya perdió en su Odisea a todos los compañeros antes de llegar a Ítaca para casarse con Penélope y de antemano, por eso, acabar con todos sus pretendientes de la isla que lo daban por muerto.
Uno siempre ha creído vivir en un mundo aparte que no tiene porque ser muy diferente. Ello le ha llevado a distanciarse cuanto ha podido de lo social, de todo ese ruido, de toda esa incongruencia derivada, en mi opinión, de la percepción constante de estar absorbido por el circo de un mundo mediático que atenta constantemente contra la inteligencia.
El caso es que me fugué en cuanto pude de su abrazo porque creía estar perdiendo el tiempo en la medida que uno se pierde. Y el tiempo es de los pocos bienes que no se pueden comprar, ni tampoco guardar para más tarde porque es perecedero.
Nunca hubiera dicho que tiene tanta fuerza el silencio. Y mira que hasta es posible que su voz sea más potente que la de la más feroz de las galernas cuando muestra su soberbia.
Su tono apretado ordena el alma o te trae la locura. Despierta miedos, barre inquietudes antes ocultas, y te trae de vuelta esa pausa muda. Entonces surge el dialogo interno; después llega la calma. Suele existir, casi siempre, una fisura por donde se cuela la esperanza.
Cierro la mirada y le convido a tomar un café pero a condición de que marche.
He salido de la casa para despedirle. Noto un ventarrón no tan comedido como poco después de mediodía. Todo lo contrario, ahora es puro enojo. Sostiene su aliento de forma inversa que la luz menguante del atardecer. Esta se me hace más dulce, más manejable, más serena, como la de la dulce madrugada. No es tan extraño, aunque uno se extraña de cuanto sucede a su alrededor. Luz. Soledad. Silencio. Soplo. Silbido. Sombra. Cambio. Pero el viento... ¡Ay el viento! Nunca viene solo.
Irrumpo en el interior de la casa. Me recojo en el cuarto ante mi escritorio y llevo la mirada hacia fuera otra vez. Descubro unas nubes espesas sobre la sierra. Se me antoja ahora próxima al ventanal que da a un jardín todavía incipiente. Entretanto, todo un mundo de olivos y algarrobos arrollan el cielo.
Me digo que en parte soy afortunado, y de otra que tengo suerte sin jugar a los dados, tan solo existiendo, porque todo un mundo sucede en el interior de lo que refugia el azar.
Hoy, día uno de enero, acostumbra a ser uno de esos momentos introspectivos del año. Es una ocasión que se espera poco de nosotros los mortales, a lo mejor que seamos capaces de mantenernos en pie para sentarnos a la mesa después de la resaca o excesos de la noche, pero poca cosa más.
Puede llegar a ser también uno de esos días en que alguien, solo, o poco acompañado, da cuenta de las sobras de la noche anterior en el desayuno, para seguir dormitando después; come también excesos y cena lo mismo del mediodía. A lo mejor echando entre colación y colación una cabezadita, forzada por las consecuencias de la experiencia, hasta bien entrada la tarde.
Un silencio solo consumido apenas por una luz evanescente, salpica la tarde por completo.
La mudez me habla y comparto con ella mi esencia. Mi alma calla por mí para sumergirse en un soliloquio contemplativo.
La quietud me envuelve. Escucho el silencio. Permanezco ciego, sordo y mudo con él entretanto escucho, veo y hablo con el vacío.
No hay nada más grande ni más ínfimo que resucite la vida.
El crepúsculo trascurre quieto, en perfecta comunión con las aguas serenas de un lago.
En este lugar se me antoja que cada amanecer surge distinto. Los colores, los ruidos, las nubes, la luz, la vida y hasta los pensamientos; todo comparece singular y al mismo tiempo.
Hoy el invierno nos obsequiará con su solsticio a las 22:47. En consecuencia comenzará a prolongarse las horas de sol, la luz que tanto necesitamos en esta edad de hierro, en este kaliyuga (tb. conocido por kali-iuga) como denominan los hindúes y que comúnmente se lo conoce como “era de riña e hipocresía”. De su mano y a su fin, nos traerá el equinoccio vernal, que no deja de ser cuando el Sol se situa en plano de ecuador terrestre para traernos la primavera en el hemisferio norte y más luz. Un momento que en muchas culturas es de celebración, sacrificio y migración. Pero primero dejemos llegar a la navidad, la paz y el amor.
La vida es una rueda que gira; las estaciones son el inicio y final de los segmentos circulares que imaginariamente la engendran. Y como he escuchado de una voz amiga: “las estrellas no son fugaces, en todo caso lo somos los humanos de paso por la vida.”
Luego entonces expresaros mis mejores para estas Fiestas y Año Nuevo, no sea cosa que se me pase como las uvas un día.
Ya no puedo enojarme ni alegrarme con vosotros. Me revelan que traspasasteis recientemente con escasos días de por medio. Me encontraba de viaje en esas fechas. En consecuencia no pude asistir a vuestros funerales.
Ahora se da que la vida es diferente, y es obvio que no podemos entablar una conversación sentados a la mesa, tomando cualquier cosa, jovialmente, como antaño, porque os habéis ido. Pero aun así me imagino una tertulia a tres bandas. No os conocíais. Pero la intuyo.
Tengo la impresión, después de encajar el golpe, de que no sonrío de la misma manera que lo hacía, si acaso diferente sabido vuestro vacío; ni siquiera me alegro igual. Menos aún tiene porque ser malo eso, dejémoslo en diferente y ya está. Mutamos en cada instante.
Pero eso sí, descubro con el paso de los días la fortuna de haber concurrido con ambos. Este sentimiento se propaga aún más ahora por toda mi alma resultado de la sensación de vacío que engendra la ausencia.
Cercar el ritme del batec dels mots / Aprendre del soroll del vent / Aliar-se amb la usura del temps / Un besllum de tot plegat és prou per accelerar-ho / Tenir davant cims fins i tot / Parlar-li a la remor del riu / Entendre el gemec del silenci / Estalonar el mot mut / Percebre la brisa com passa de llarg / Apaivagar l’onada que mor a la sorra / Acceptar el canvi / Aclucar els ulls / Donar l’ànima a Déu.
La cordillera del Himalaya, vestida de un blanco perpetuo, priva la visión más allá de su propio horizonte y convida a estar en silencio. Y es cuando el tiempo se detiene entretanto observo, una a una, sus cimas más agudas y escucho a la brisa susurrarme que no soy nada.
Y nada es lo que parece ser.
Así son las cosas, que parecen otras, excepto este paisaje que acepta ser casi lunar.
En el valle, el río Narayeni, algo perezoso consecuencia de su poco gradiente y que llega de lejos: Un cordón de plata que ata a la tierra las cumbres encaladas, inertes y señoriales que sueñan echar el vuelo como aves.
El alma se pasea quieta de tanto camino andado. Los pies, polvorientos, casi descalzos, rodados, son semejantes a alas al viento.
Vago por este paraje que ni siquiera es de nadie.
Nada, ni siquiera la luna oculta que vela a monasterios y a puentes tibetanos que unen orillas divididas por el cauce del río, puede al fin libre, a la árida ligereza y solidez de Mustang.
Madruga el insistente canto del gallo. Nace con anticipación exquisita al nuevo día; casi una costumbre. Entretanto, revientan el horizonte los primeros colores vivos, bulliciosos y alegres del alba. Es ese instante anaranjado, rojo y azul, donde la densidad oscura sucumbe bajo el hechizo de la luz y en consecuencia la noche se desvanece acompañada en toda su transición de una musicalidad que deriva hoy de circunspectas y crepusculares aves. Aguzo el oído y sobresale, entonces, entre olivos y almendros, una voz característica, inconfundible y nítida, que atribuyo sin duda a la de un búho altanero oculto entre el follaje y la ya mermada, en parte, negrura residual.
Una vida nómada no acostumbra a aceptar lo accesorio. Las posesiones son proclives a anclarnos a un lugar porque su peso dificulta el movimiento. Por eso para un nómada nada superfluo puede ser admitido.
En consecuencia es obvio que en esta vida todo lo prescindible dificulta el movimiento, no lo facilita; entonces solo lo liviano, pero también debo considerar la condición de tener una mentalidad alada para producir el cambio.