Amable lector@, sabes que todo es cambio. Paradójicamente el cambio permanece.
A menudo sostenía sin demasiada dificultad tesis parecida: «todo tiene fecha de caducidad», refiriéndome a que las experiencias que brinda la vida: malas, buenas o indiferentes, tienen su fin.
Aseguraría que escribir me ha reportado mucho, desde viajar a lo más hondo de la imaginación, hasta profundizar en los personajes reales y de ficción. Aunque opino que nada se conoce completamente. A lo sumo rozamos la evidencia. El logro es incompleto por subjetivo. Nuestra particular manera de ver el mundo impera y, consecuentemente, ofrece resistencia al cambio.
De madrugada, cuando en ocasiones me desvelo y pienso, si no ando con pies de plomo las inquietudes se tornan gigantes. Son bichas que uno lleva dentro. Lo que traen al pensamiento rara vez sucede. Tienen pies de barro. Mas son tercas, locuaces y regresan. Me contento entonces con que nada es lo que parece. Son divertidas las palabras. De algún modo desdramatizan y nos anclan.
Diciembre. Poner punto y final al blog y al sitio web tras años de actividad me cuesta, pero se trata de una decisión meditada. No es consecuencia de una sola causa ni del cansancio porque pienso seguir escribiendo, aunque quizá (todo está por ver) de una manera más íntima. Por consiguiente, lejos de interpretarlo como una pérdida, tal vez señale una transformación.
Sea como sea, que el buen Dios me libre de partir sin antes despedirme y agradecer el tiempo de compromiso.
El salón se viste con la luz de las llamas. Más allá de su resplandor emana un crujido que desborda el cauce del silencio. Es consecuencia de la dilatación y contracción de la estufa de hierro.
Según que instantes el cuarto resulta oscuro, a intervalos luminoso, dependiendo eso del carácter de la lumbre y de la luz crepuscular. Ambas se aplican en querer sofocar la opacidad y la magia que barre a estas horas postreras del día la morada.
Ahora, de madrugada, con los sueños ya dormidos, interrumpidos solamente por el envite del amanecer, no ceso en observar la danza del espíritu. Una de las razones por la que suelto el lápiz y me libero de las palabras. La otra, la otra…quizá la estepa blanca, la nada; la hoja perdida.
Por poniente el sol aún prende la noche a medida que coquetea con la oscuridad. Concibe una suerte de contradicción lumínica, serena y sin pausa.
Entretanto ese fulgor se abre camino entre nubes plomizas, un postrero latigazo anaranjado aviva la lumbre de las lunas de las casas estableciendo un brillo iridiscente y absoluto.
Siento palpitar la noche. La misma noche que ronda allá afuera de madrugada. Percibo la profundidad de sus horas. El tiempo que huye. Y antes de morir de repente en la antesala de una la vida luminiscente. Para más tarde erguirse su luz serena por el este a pocos, casi dulce. Y ando el camino asido de la mano de la luna todavía. Esa luna serena, tranquila y risueña. Alzo la vista blanca. Caen los pies y una mirada de ojos sensibles contra el hospitalario suelo. Surcan los ojos la tierra a la manera de un llanto hecho de luces y concavidades. Prendo la mano de los sueños. Les brindo el alma. Y me revelo contra caer muerto ahora que estoy consciente en este sitio dorado. Ahora es la hora de los luceros que se alzan sobre un tapiz negro. Junto a una Luna de uña donde suceden sueños y encuentros. Mueren nada más revelarse en medio de la oscuridad como vida gastada.
Latidos que se escapan, ecos que se repiten mientras la vida sueña.
El gris, endiabladamente tozudo y mohíno, ahora, en este momento, sabe incluso a mar. Esta vez ingresa en mis ojos en septiembre y venido del norte, casi en el filo de una tierra acantilada. La anterior, un agosto. Recuerdo ese día en que posé la mirada en su tonalidad por primera vez de muchacho. Ocurría al final de la adolescencia tardía.
Ahora, me olvido del color y presto atención la voz extenuada de la lluvia, la que fue condenada a empapar la verde y opaca floresta que crece tocando un mar de muerte, pero mar al fin hasta los cabos. Esta, hace tiempo que aceptó con resignación el entretenido oficio cercano al de jardinero.
Oscurecía, pero no tanto como para que encendieran las luces de las calles ni prendieran los ojos de los cíclopes que se erigen cercanos a la mar: los faros; y a través de las pupilas aún distinguía vagamente el suelo que pisaba sembrado de humedades, maleza, roca y fango. Y eran hermosas las blancas crestas de las olas acicaladas a base de: perfume de mar, cosmética de espuma blanca y peinadas por el viento, pero a su vez eran inquietantes. Una mar que a mis ojos parecía engalanada y resignada a representar una danza fúnebre por lo gris. La miraba de reojo como si estuviera viendo un espectro, hijo del ajetreo endiablado del agua. Luego, con una ligera inclinación de cabeza, como si tuviera la intención de hacer una reverencia, miraba hacia el horizonte, a lo mejor pretendiendo huir del estruendo causado por el choque de las vagas contra el pétreo acantilado que quedaba más abajo del tapiz verde. La escarpadura permanecía inmóvil y serena, dura, sin dar muestra de nerviosismo o timidez. La mar sólo realizaba su trabajo consecuencia del vaivén acuoso. Por alguna razón era más madura que mis pasos. Se me hacía difícil reconocer que siempre había estado allí, fuerte y erguida. No me sorprendería verla desaparecer tan silenciosa y misteriosamente como había llegado.
Lo miré, la miré, como si estuviera viendo un espectro. Eso a pesar de que las almas, al principio, sólo se perciben erizándote el bello y sintiendo un escalofrío que recorre el cuerpo de la cabeza a los pies, poniendo a su vez la piel de gallina. Es después que quizá los traiga la imaginación o bien mirado, sean esas mismas almas que vagan las que vengan a por nosotros reclamando atención.
Y es que el gris, endiabladamente tozudo y mohíno, ahora, en este momento, sabe incluso a mar.
Alargadas crines de espuma blanca parecen galopar sobre el lecho arenoso hacia las rocas. La mareta parece alzarse en el mismo confín del horizonte. Tras cada embestida al malecón lo cubre con un velo irisado de partículas acuosas. Alguien desde allí siente deseos de zarpar. Entonces recuerda imágenes con las que había soñado en la infancia: costas en lontananza, altas montañas, el cabo de las Tormentas… De repente, un rayo verde de sol que atraviesa las nubes inquietas resalta el perfil de una barquita a lo lejos, le llevan a abrazar el absurdo.
Te escribo cuando empieza a declinar el sol. Todavía envuelto con la luz primitiva que asalta la solemnidad de la habitación que me cobijará, como un privilegiado más, lo que dure la nocturnidad de hoy en Bielsa.
Decirte que he dormido poco durante estos días y eso a pesar del cansancio. No sé si tiene que ver contigo. Cabe la posibilidad. Quizá un signo que me alertaba.
Pero en absoluto te escribo para hablarte de ello. Más bien mi retórica persigue hacer más humana la carta, aun a costa de robarte algo de tu tiempo celestial.
Doy rodeos y no encuentro la manera de ir al grano, por donde empezar a escribirte me refiero, ni el motivo por el que tengo el adverbio de negación “no” tan a mano, aunque bien mirado te imaginaba en mis brazos dentro de poco. Se hubieran hecho largos los meses, desde luego, pero más extraño será ahora que no estás mi pequeño mundo. Eso sí, me queda el consuelo de mecerte en mis pensamientos.
A ulls clucs percebo la fresa del torrent de muntanya i la lluentor d’una teulada de pissarra. Ho faig tan afablament com sé, i malgrat el fato que carrego a l’esquena. Succeix a una hora tan certa com ambigua de la foscor, abans de trenc d’alba, quan les bruixes encara cavalcan el cel a lloms d’una granera, quan a besllum els feixos de clar de lluna vetllats per causa d’una feble boira acoten el cap, quan aviat una claror sublim doni pas a l’eixida de sol.
Són jornades de rodamón, de pelegrinatge, de cansament, de solitud maldestra, perquè hom creu que està sol però no és ben bé així. Sovintegen ser moments eviterns atrapats en el temps. Relíquies d’un mateix.
Cielo meridional, vinito de mantel blanco. Suspiro del alba que clarea a mares. Luz incipiente que descubre la quietud de la rada.
Abra batida por hélices.
Arada por agudas proas que trazan los primeros surcos en el angosto puerto de mar. Las ondulaciones sucumben, una tras otra, contra el granito: el guardián del malecón.
Rompen contra el costado de bajeles y diques. Balancean cascos y alborotan la vida alada. Y conmueven con ese deje a mar inquieto, estrellado y oblicuo contra el otro lado.
Cau la nit serena. Ho fa, entre escletxes de cotó que encloten el cel. Malgrat tot, la nit, de dol avui, traça un contorn de lluna minvant, esmorteida per opacitats passavolants que suren devant del satèl·lit. Aquesta nit, ben disposada, els núvols són, més aviat, un contrapunt vaporós.
Un hi ha cops que creu que ho sap tot i, contràriament, el que no sap és, que sap molt de blanc.
Certament es fosc, negre nit, la cual cosa no em priva de endevinar com quelcom m’empeny la vida entremig d’una claror migrant. Però em satisfà sentir-me així: viu i mort. Vull dir de ningú i de tots, perquè un sempre pertany als demés per més que ho vegi diferent per l’ ignorància que genera no contemplar altres possibilitats. Com donar. Donar-te. Besar la terra mentre mires amunt, esdevé totalment cert més enllà de tu. És com ser viu a un altre indret. Pot ser el pensament que m’escriu en sap de tot plegat. Déu-n’hi-do.
Difícil trobar el llindar d’un mateix. En el benentès de ser quelcom. A tot estirar delimitats pel temps, vull dir; perquè contra més passen els dies, més em sento convençut de que sóc pols, tot i res. Tres: la meva ombra, una declaració d’intencions i jo. Trobo a mancar que sóc el meu propi límit. I me’n adono de ser una part ínfima d’algo més gran.
Un suave balanceo mece el vagón y al escaso pasaje que viaja en su interior.
El tren se emplea a fondo con la oscilación aleatoria, y no tanto con la presteza con la que quizá debería circular. Parece no llevar prisa. Yo, un poco entretanto escribo estas palabras.
En cualquier caso el ferrocarril circula impasible por la vía, traquetea y chirría. Su movimiento propicia que la modorra conquiste a casi todo ser humano sensible a ésta. De hecho, casi se apodera de mí. Nada nuevo y todo por ver. Entonces, libero un bostezo.
Hoy he dormido poco, y a intervalos de no más de un par de horas a lo sumo, para finalmente acabar desvelado y leyendo las memorias de Ingrid Ghering a las cinco de la mañana, echado sobre la cama, apoyada la cabeza sobre un cojín que a su vez descansaba sobre la almohada, y a la luz de una lámpara de noche …
Bienaventurados tus ojos. Modesta tu mirada. Octogenaria tu edad.
Ahora no quiero hablar con nadie salvo contigo; y por primera vez contártelo todo; y que conozcas mi vida entera, esa vida que siempre ha sido tuya sin que tu lo supieras. Aunque mejor escribirte porque asi, a lo mejor, las palabras se salven contigo.
Quizá de esta manera conozcas mi secreto cuando haya partido, cuando no sea necesario darme respuesta, ni pedirme razones, porque mis sentidos estarán apagados, porque no estaré, y con seguridad, en un momento u otro, seré olvidado. Y no me vengas con eso de que la huella perdura, si acaso lo que dura un pestañeo, pero este acostumbra, por hache o por be, devenir olvido una vez apartados de esta breve vida que solemos considerar eterna.
Acostumbro a decir que no somos nada, a lo sumo poca cosa; que nada es para siempre, ni siquiera gran parte de nuestras horas y obras. Que estamos de paso.
Es cierto que ya he consumido mucho tiempo y que éste siempre empuja hacia el límite para acabar y ganar la partida a la vida para, quizá, renacer. Aquí y ahora me creo afortunado en ésta, por lo que estaría bien que otros que no hayan tenido tanta fortuna, tuvieran una oportunidad más dulce. Quizá por eso creo en el renacimiento, sobretodo para que a otros les alcance esa oportunidad más dulce.
Pero, sobretodo, las horas están hechas para pasar, para gastarlas, pero no es prudente que escasee la conciencia a que se destinan y eso, amiga, es un desafío derivado de que uno no quiere darse cuenta de cuanta vida le queda guardada en los bolsillos mientras la gasta.
Hubo un instante que sentí lo que después sentiría con todo el mundo que no está y que me acompañó de una manera u otra: una especie de vacío reconocerme efímero, todo y que lo recomendable es tener fe, ser agradecido, y apagar lo que se ha prendido con el último aliento.
A aquesta hora del capvespre, mentre em disposo a fer un tomb pel port de l’Ametlla de Mar com de costum, el temps zalpa gairebé solitari.
De camí he creuat la plaça Nova i passat per devant de la terrassa del bar on un dia vam seure. Des de llavors no he tornat.
Bufa una brisa de mistral, val a dir que lleugera però igualment gelada i punyent, condició suficient per no sentir-se tan a gust passejant com altres capvespres, però som a l’hivern.
Tot és passatger i perfectament impredecible; les estacions de l’any no son indiferents. Res de nou, però hi ha vegades que m’ho tinc que recordar.
Tres ombres infantils, immerses a la…
Domingo, 2 de junio. De nuevo he visto la muerte de cerca.
Eras de color amarillo y suave plumaje. Vivo, alegre y divertido. ¡Piabas!Levemente movías tus alitas.
Te quería llamar Rimpoché. Me dijeron que no tuviera prisa pues eran cruciales los primeros días de vida y que además la inicial debería ser la letra “p”, como la de todos tus progenitores.
A mi me daba igual todo eso, quería darte un nombre para poder llamarte en el futuro, fuera cual fuese, así que te puse Precioso; con “p” inicial. Ahora caigo que es una de las traducciones de Rimpoché (tb. Rinpoché). Dicen que no existe la casualidad, si acaso la causalidad.
Ahora descansas en el jardín de la casa labriega. Unas piedras delimitan y …